CASUS BELLI



Desiertos de esperanzas, aprendimos a bailar en el vientre de cada mujer jamás palpada, siempre al ritmo del suicidio constante, del deseo roto por el abandono de la mirada y la descosida transparencia del vestido que muda en la piel de las musas proclamadas. 

Jugamos a c´est moi qui t´est suicidée mon amour de Gainsbourg y fuimos rechazados en cada ínsula abordada a golpes del sexo desahuciado que jamás tocó orilla en su naufragio. Se nos aconteció  todo pero íbamos ciegos del hombre descuartizado y traspasable que condenaba con su voz el viejo Cohen lamiendo los poros ajenos de todas ellas con el i’m your man. 

Cruzamos océanos de tiempo para encontrar los pasos oídos siempre invisibles como predijo Stocker y en un rincón de la mente nos violaba las ideas un violín de corcheas efímeras que despreciaba la banda sonora de Tiersen. La vida no es más que un interminable ensayo, de una obra que jamás se va a estrenar. Y la noyée nos recordaba la carrera de perseguir a quien se aleja. No eres más que un pobre resto, un perro reventado en el curso del agua, un esclavo zambullido en el arroyo sin recuerdos. 

Al final, la venganza perversa y natural nos motivó. La vida prosaica nos lapidó con el cumulo de compasión del guerrero aniquilado con su casus belli.  Dices que quieres morir por amor, pero no sabes nada de la muerte, ni sabes nada del amor.



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